Esta semana se celebra el Día Mundial de la Alimentación. La fecha elegida - 16 de octubre - es el aniversario de la fundación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en 1945. En esa fecha 42 países tomaron la iniciativa en Quebec (Canadá) y dieron un paso importante en la lucha perpetua del hombre contra el hambre y la malnutrición. Entre los objetivos de esta conmemoración cabe destacar el aumento de la conciencia pública de la naturaleza del problema del hambre en el mundo y el fomento del sentido de solidaridad nacional e internacional en la lucha contra el hambre, la malnutrición y la pobreza.
Según las últimas estimaciones de la FAO se calcula que unos 805 millones de personas están crónicamente subalimentadas en 2012-14, lo que supone aproximadamente una disminución de más de 100 millones por década desde 1990-92. En el mismo período, la prevalencia de la subalimentación ha descendido del 18,7 % al 11,3 % a nivel mundial y del 23,4 % al 13,5 % en los países en desarrollo.
Pero pese a los progresos globales, persisten marcadas diferencias entre las regiones. La región de América Latina y el Caribe ha registrado el mayor progreso general hacia una mejoría de la seguridad alimentaria, mientras que los avances han sido modestos en el África subsahariana y en Asia occidental, afectadas por desastres naturales y conflictos.
En estas fechas no puedo dejar de pensar que justo en el continente más castigado por el hambre es dónde el ébola está golpeando a tres países con dureza. Cabe recordar que la malnutrición es una de las causas más frecuentes de inmunodeficiencia secundaria y afecta a individuos de todas las edades.
Para este año, el tema elegido para el día mundial de la alimentación, Agricultura familiar: "Alimentar al mundo, cuidar el planeta", pretende subrayar el potencial de la agricultura familiar tiene en la erradicación del hambre y la preservación de los recursos naturales. La importancia de la agricultura familiar es indiscutible dado que queda ligada a la seguridad alimentaria, preserva los alimentos tradicionales (salvaguardando la biodiversidad y haciendo sostenible la utilización de los recursos) y significa una oportunidad para dinamizar la economía local. Si quieres ahondar un poco más puedes ver la siguiente presentación.
Un material accesible para cualquier lector e interesante es la publicación de "Una huerta para todos". Manual de auto-aprendizaje para la producción de hortalizas en huertos familiares (agricultura familiar) en zonas rurales, urbanas y periurbanas, para el consumo familiar. Contiene información básica para la implementación de huertas, semilleros y viveros, el cultivo de hortalizas, la producción de forraje y la cría de gallinas y conejos.
A propósito de la crisis y sus consecuencias alimentarias ya hemos hablado en diferentes ocasiones en este blog (Crisis, what crisis?, ¿Hambre para mañana? o De desperdicios y hambre) y la celebración de este día de la alimentación me trae a la cabeza tres libros sobre el hambre que merecen ser leídos.
El primero de ellos El hambre en España. Una historia de la alimentación (Ed. Oyeron/Anaya, Madrid, 2003, Ganador del Gourmand World Cookbook Award 2003, en la categoría de mejor libro de literatura gastronómica en español) de Miguel Angel Almodóvar, es un recorrido sobre la historia del hambre en España. Este libro, sencillo de leer, es una reflexión en torno al hambre y la glotonería en la Península Ibérica desde la antigüedad hasta nuestros días.
El segundo La calamidad del hambre ¿Qué pasa con el derecho más básico? (Palestra editores SAC, 2012) recoge cuatro ensayos sobre el hambre en tanto en cuanto desgracia, desastre o miseria que resulta de acciones humanas intencionales, "calamidad" según Ernesto Garzón, a quien acompañan como autores Macario Alemany (@MacarioAlemany), Josep Bernabeu, Eva Mª Trescastro y Cristina Fernández-Pacheco. Desde diferentes puntos de vista nos recuerdan que el origen del hambre reside tanto en acciones como omisiones de los seres humanos que pueden dar lugar a responsabilidades no sólo morales sino también jurídicas.
Por último, hace apenas dos semanas estuve en la presentación del libro La medicalización del hambre (Economía política de la alimentación en Europa 1918-1950) (Icaria editorial, Barcelona 2014) de Josep Lluis Barona, catedrático de Historia de la Ciencia de la Universitat de València. La crisis provocada por la Gran Guerra, los conflictos internacionales, la reorganización del mapa colonial, el desplome bursátil de 1929 y la gran recesión de los años treinta convirtieron la alimentación en cuestión de Estado y en un factor de estabilidad política internacional. La transición demográfica produjo un descenso de la fertilidad, la transición epidemiológica puso punto final a la mortalidad prematura evitable y la transición nutricional aumentó la talla de la población al tiempo que posicionó a la dieta como factor de cambio social. La investigación científica fue de la mano de las políticas agrícolas y de la salud pública, impulsó la industrialización y una nueva cultura dietética. El hambre, tradicional regulador de la población, junto con la guerra, la crisis económica, la catástrofe natural, la pobreza y la epidemia, generó un nuevo contexto de acción política y económica a escala internacional para vencerla.
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