miércoles, 25 de febrero de 2015

Si la ingesta de energía está de capa caída ¿Por qué aumenta la obesidad?


Los primeros datos del estudio ANIBES (Antropometría, Ingesta y Balance Energético en España) acaban de despertar mi atención. Sobre todo porque ha estimado una ingestión media de energía de 1820 kilocalorías que si las comparamos con las 3008 kcal del año 1964 o las 2 609 kcal del 2010,  manifiestan una clara tendencia a la baja. Por supuesto que estas encuestas históricas fueron realizadas con una metodología diferente y menos precisa sin embargo esto no puede explicar esta disminución tan grande.


El hecho podría no pasar de una mera observación de tendencia, pero la estimación de la ingesta actual puede ser para algunos (Blog: Lo que dice la ciencia para adelgazar) poco creíble probablemente consecuencia de la metodología utilizada que según los propios autores en un artículo que recientemente han publicado, ha sido un recuerdo de 24 horas y un registro de tres días (en este tipo de estudio, son los propios pacientes los que van informando de lo que comen). Los datos por franjas de edad muestran que solo los niños de entre 9 y 12 años ingieren la energía recomendada por la EFSA (2.078 en niños y 1.973 en niñas). El resto se encuentra por debajo de la media recomendada. Si queréis conocer algunos datos más sobre la composición estimada de la dieta podéis encontrarla en esta infografía.

Es curioso que este dato me ha llamado la atención al ser más o menos coincidente con los estimados, por nosotros, mediante recuerdo de 24 horas en la Encuesta de Nutrición de la Comunidad Valenciana 2010-11, 1777 Kcal (1914 Kcal/dia en hombres y 1640 Kcal/dia para las mujeres).

Otras fuentes de datos como los obtenidos mediante las hojas de balance alimentario de la FAO   que objetivan la evolución de la "disponibilidad" energética alimentaria del país, si bien son numéricamente diferentes (la metodología de su cálculo lo  justifica) también manifiestan el descenso apuntado por el estudio ANIBES.


Este estudio transversal se ha trasladado a la opinión pública con una conclusión tan arriesgada como simplista: "El sedentario es más culpable de la obesidad de los españoles que la dieta", a decir de los titulares de la prensa. Sinceramente reducir la obesidad, a una cuestión única de balance energético significa esquematizar un fenómeno demasiado complejo, olvidando, por poner un ejemplo, que estudios aparecidos recientemente revelan que, algunas personas son más propensas que otras a ganar peso por disponer alguna de las 140 variaciones del genoma que estén relacionadas con esta enfermedad. No me quedaría totalmente claro sólo con ello porqué son algunas las preguntas que podrían quedar sin respuesta: ¿Por qué en los países ricos la obesidad afecta a los pobres y en los países pobres a los ricos? ¿Son los horarios de los trabajos precarios los que llevan a una vida sedentaria sin tiempo siquiera para dar un simple paseo? ¿La educación nutricional llega a los más necesitados? ¿Los determinantes socioeconómicos son aprovechados por las industrias alimentarias incluso para diseñar productos que sustituyan el agua? ¿existen connivencias entre industria y sociedades científicas para crear, abordar, estudiar enfermedades a pesar de su potencial papel productor de la mismas? ¿Que pinta la epigenética, la programación fetal, los disruptores endocrinos, la microbiota intestinal en esto de la obesidad?

Estoy seguro que la fórmula: obesidad es igual a acúmulo de energía ingerida que sobrepasa la energía disipada requiere de la consideración de muchos factores de corrección que complican esta simplificación de que el equilibrio se consigue, según el humorista Mota, en procurar igualar "las gallinas que salen por las que entran". ¡Ay esta globesidad!



miércoles, 4 de febrero de 2015

¿Es útil el etiquetado nutricional?

(Este post (subido en 2012) se complementa y pone al día con "¡Los alimentos se visten de etiqueta!" diciembre de 2014)
 
La imagen escogida para este post es una etiqueta del veterano Anís del Mono, de la que siempre me ha intrigado el por qué  de la fisonomía del simio emblema. No me resisto a contaros dos teorías que envuelven este curioso icono.

La primera cuenta que Vicente Bosch, aprovechó el debate que suscitaban las ideas de Darwin tras la publicación de su libro "El origen de las especies" (1859), para publicitar su marca como la más evolucionada. En la etiqueta, un primate humanoide (una caricatura de Darwin, al uso de las que circulaban en la prensa de esos años) sostenía un pergamino que proclamaba: "Es el mejor. La ciencia lo dijo y yo no miento".
La segunda teoría  relata que los padres de la receta del anís de Badalona, fueron  defensores del creacionismo moderno y que estaban en desacuerdo con las tesis de Charles Darwin. La etiqueta del Anís del Mono fue, en este contexto, una más de las burlas que tuvo que soportar el audaz naturalista inglés.


Pero evidentemente esto no es una etiqueta alimentaria ni una etiqueta nutricional. ¿Que entendemos por etiqueta nutricional? Nos referimos así a toda la información que aparece en un alimento relacionada con su valor energético y el contenido en ciertos nutrientes como son las proteínas, los hidratos de carbono, las grasas, la fibra alimentaria, el sodio, las vitaminas y minerales por 100 g o 100 ml del producto que se ofrece.
 Actualmente, este tipo de etiquetado no es obligatorio sino de carácter voluntario, salvo en aquellos productos que  incluyen alegaciones nutricionales, es decir, cuando dicen que tienen alguna cualidad especial (“rico en…”, “bajo contenido en…”, “fuente de…”). Pero su uso está muy extendido. Sin embargo, alrededor del 85% de los productos que cuentan con él, lo presentan en su reverso y cuando se ha medido el tiempo que el consumidor dedica a la lectura de las etiquetas se observa que no supera los 100 milisegundos, a todas luces insuficiente para poder comprender las mismas.

En los productos de un "super" podemos observar varios tipos de etiquetas nutricionales puesto que de momento no existe un modelo unificado de información.

La más tradicional es el formato tabla que, tal y como se muestra en la etiqueta que adjunto, y cuando el espacio lo permite,  organiza la información en columnas.  Cuando no hay   espacio se puede utilizar la forma lineal.

La normativa permite dos modalidades de exhaustividad: a)sencilla que incluye el valor energético y la cantidad  de proteínas, hidratos     de     carbono     y grasas; y b) detallado que además informa sobre azúcares,    grasas,    ácidos  saturados, fibra alimentario y sodio.

La información sobre vitaminas y sales minerales también  deberá expresarse como porcentaje de las cantidades diarias recomendadas (CDR) indicadas en la legislación vigente.

Podemos encontrar tambien este icono en el que se ofrece información sobre el contenido energético y nutricional referido a una ración del producto y se refiere además el porcentaje que cubre de la Cantidad Diaria Orientativa o Recomendación Dietética Diaria para un adulto sano:





Por último, también podemos encontrar un hibrido entre el modelo anterior unido a un código de colores dónde el color rojo o naranja indica que ese nutriente está en una cantidad excesiva o alta para las recomendaciones; el color amarillo indica una cantidad media y la verde que es baja odentro de los margenes adecuados para ese nutriente. En el caso de la fibra suele dejarse sin color porque es interesante su presencia y es dificil su exceso.



Vuelvo a la pregunta del inicial ¿es útil el etiquetado nutricional? Ahora, parece una pregunta retórica que tiene una contestación simple: ¡Pues claro! Tras lo expuesto, no dudo de su potencial utilidad. Pero mi verdadera inquietud es observar su valor como estrategia de salud, esto es: ¿El etiquetado nutricional ayuda a promover la alimentación saludable?


Una reciente revisión (Hieke S, Wills JM (2012). Nutrition labelling – is it effective in encouraging healthy eating? CAB Reviews 7(31):1-7.) ha puesto de manifiesto las últimas investigaciones sobre si el etiquetado nutricional ha sido eficaz en el fomento de una alimentación saludable, estudiando tres campos principales de análisis: la elección de alimentos, los datos de venta y las encuestas nacionales de consumo alimentario. Y pone la atención sobre la separación entre actitud y comportamiento referida a este tema.

Pero el conocimiento no obliga a una acción coherente. Los consumidores dicen una cosa pero realizan otra.  Y ¿qué pasa con la información nutricional? Si bien los análisis de las encuestas nacionales de nutrición si que observaron un efecto positivo en el consumo de nutrientes (más fibra y menos grasa, colesterol y sodio) cuando en EEUU (1990) se introdujo el etiquetado de los alimentos, los estudios posteriores han observado que no son los consumidores más transgresores los que buscan mas información nutricional sino los que ya se cuidaban más.
Enterado de esto he de reconocer que la salud de los míos también me preocupa? Ya que suelo tomarme mi tiempo para comparar productos semejantes entreteniéndome en leer el contenido de grasas saturadas, azúcares y sodio de la etiqueta nutricional de los mismos. Además suelo completar esta tarea con la lectura de los ingredientes del producto (¿qué tipo de grasa incluye? ¿Contiene grasas hidrogenadas?) y también me preocupa (por razones obviamente prácticas) la cercanía o lejanía de las fechas de caducidad o de consumo preferente, según sea el caso. Quizás esta es la razón por lo que sigo convencido de que promover el etiquetado nutricional puede conducir a un empoderamiento del consumidor que, bien motivado,  tomará (o no) decisiones sobre la práctica de una dieta equilibrada y su salud.

martes, 3 de febrero de 2015

Las "Trans", unas grasas que quieren pasar desapercibidas.


Hace 40 años los estudios epidemiológicos pusieron sobre la mesa una observación que hoy nadie cuestiona:  un consumo elevado de grasas saturadas y de colesterol implican la elevación de los niveles sanguíneos de colesterol y se asocian con enfermedades cardiovasculares. De este modo las grasas saturadas se convirtieron en los "malvados" de la salud del corazón.

¿Existen otros tipos de grasas?

Pero debemos recordar que existen diferentes tipos de ácidos grasos en la alimentación que presentan diferentes interacciones en nuestro organismo. Así cuando retiramos las "grasas saturadas" (muy presentes en las grasas de animales terrestres) y las sustituimos por grasas poli-insaturadas como las presentes en aceites vegetales (omega 6) o pescados (omega 3) vemos que son capaces de mejorar el pérfil del colesterol y favorecer la salud de nuestras arterias. También si sustituimos su presencia por grasas moninsaturadas (como el aceite de oliva) encontraremos suficientes beneficios para optar por el uso de estas grasas (frutos secos, aceite de oliva, de semillas o pescado) en detrimento de las animales.
Pero hay que incorporar a otro "malo o villano" alimentario en este grupo: los ácidos grasos trans.

¿Qué son los ácidos grasos trans?

Son ácidos grasos que poseen, al menos, un doble enlace (insaturación) en una disposición (configuración) diferente a la habitual. 
En cierta forma, este doble enlace esta dispuesto de una forma no habitual, es como si tuviéramos un par de guantes y entonces de ponernos el de la mano izquierda nos pusiéramos en ella, el par contrario. Seguro que tendríamos que colocar la mano en una posición especial para poder utilizarlo. En las moléculas ocurre que este cambio de guante o configuración del enlace (trans por cis) produce un giro especial de la molécula. 
Esta disposición engaña al organismo que los incorpora a las membranas biológicas de las células, en lugar de usar ácidos grasos saturados, produciendo lagunas o agujeros funcionales que alteran su permeabilidad y provocan su oxidación. En el cuerpo humano hablar de oxidación y envejecimiento es prácticamente lo mismo.


¿De dónde salen estos ácidos grasos trans?

De forma natural, se encuentran en la carne, leche y derivados de animales rumiantes. Se forman en uno de los estómagos (rumen) de las vacas, ovejas y cabras mediante un proceso de biohidrogenación parcial de los ácidos grasos insaturados por acción de unas bacteriasY claro, los trans acaban formando parte del animal.

Por otra parte, la industria alimentaria ha creado procedimientos para convertir en grasas sólidas algunos aceites vegetales, es la hidrogenación parcial o total. Este proceso supone que se añade a las grasas, gas hidrógeno bajo condiciones especiales de presión y temperatura y en presencia de un metal catalizador (níquel). De tal forma que se consiguen aceites con mayor estabilidad, menos susceptibilidad al enranciamiento y con una textura sólida o semisólida similar a la de las grasas de origen animal. En definitiva se desplazaron algunas grasas saturadas de ciertos alimentos y fueron sustituidas por los ácidos grasos trans que son abundantes en muchos productos alimentarios transformados.

Son susceptibles de contener grasas trans, los siguientes alimentos transformadosla manteca vegetal, algunas margarinas (especialmente las de consistencia más sólida), helados, galletas (dulces o saladas), bollería industrial, snacks, aperitivos salados (palomitaspatatas fritas), productos precocinados (empanadillas, croquetas, canelones o pizzasy horneados, etc ...


¿Qué ocurre en nuestro país?
Informe AECOSAN
Un informe de AECOSAN (2014) sobre 443 alimentos obtenidos en España en 2010, concluye que la gran mayoría de los grupos de alimentos analizados presentan un porcentaje inferior al 2% con respecto a la grasa total, por lo que de momento el contenido de ácidos grasos trans no presenta un problema de salud pública.

Resultados que, en cierta manera, también son coherentes con los de un reciente artículo (Nutr Hosp. 2014;29:180-186) publicado en Nutrición Hospitalaria titulado Contenido de ácidos grasos trans en alimentos comercializados en la Comunidad de Madrid (España) y que concluye: "El contenido en ácidos grasos trans en los productos analizados puede considerarse bajo, en comparación con las cantidades que refieren diferentes autores en alimentos comercializados tanto en España como en otros países a lo largo de los últimos años. Es preciso continuar este tipo de estudios para controlar la calidad y seguridad nutricional de la ingesta de grasa por parte de la población española en general y, en particular, niños y jóvenes." 


¿Algún problema?
Si, los estudios han evidenciando que también los trans aumentan el riesgo de cardiopatía coronaria, la obesidad abdominal, el "colesterol malo" (LDL-c)" e incluso que aumentan el riesgo de padecer diabetes (al empeorar la resistencia a la insulina). Es decir que con los conocimientos con que contamos sospechamos que los ácidos grasos trans son incluso peores que los saturados. La ingesta diaria de 5 gramos de trans provoca el aumento en un 25% del riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, los consumidores, en general, parecen estar poco informados de los efectos que estos ácidos grasos tienen sobre la salud. 

¿Cuantos trans puedo comer?

Cuanto menos mejor. El comité de expertos sobre Dieta, nutrición y prevención de las enfermedades crónicas de la OMS / FAO, recomienda que el consumo promedio poblacional sea menor al 1% del aporte energético diario, lo que supone menos de 2 gramos para una dieta de 2000 kilocalorías.



¿Cómo podemos descubrirlos?

En la mayoría de países el contenido de ácidos grasos trans no se declara en las etiquetas de los alimentos. Así que para descubrirlos deberemos recurrir a leer el listado de ingredientes y averiguar si el producto contiene grasas hidrogenadas o parcialmente hidrogenadas, lo que se puede traducir con posible certeza en contenido de grasas trans en ese alimento.


¿Que dice nuestra legislación al respecto?

La Ley 17/2011, de 5 de julio, de seguridad alimentaria y nutrición nombraron este tipo de ácidos grasos de forma tímida sólo una mera declaración de buenas intenciones, que la ley reflejó en su artículo 43:

“En los procesos industriales en los que se puedan generar ácidos grasos «trans», los operadores responsables establecerán las condiciones adecuadas que permitan minimizar la formación de los mismos, cuando se destinen a la alimentación, bien de forma individual o formando parte de la composición de alimentos.”

“Los operadores exigirán a sus proveedores la información sobre el contenido de ácidos grasos «trans» de los alimentos o materias primas que les proporcionen y tendrán a disposición de la administración la información relativa al contenido de ácidos grasos «trans» en sus productos.”



El 13 de diciembre fue la fecha de puesta en marcha del Reglamento europeo 1169/2011, como recogí en este post, el cual marcó qué y cómo debe aparecer la información en las etiquetas de los productos envasados. De momento, las grasas trans serán invisibles al consumidor, se han quedado fuera. 


Un deseo
Esperemos que a pesar de la poca presencia que parecen tener de momento, dado que son prescindibles, podamos tener a corto o medio plazo un regulación que limite expresamente los ácidos grasos trans en los alimentos.

(Actualización del post: "Grasa Trans: un nuevo "malo" para la salud" del 05 de 2012)