Tomada de http://www.blogseitb.com/recetasdecocina/category/tartas-y-pasteles/ Firmada por Onega |
En estos momentos me encuentro con este dilema, como si del razonamiento hamletiano se tratara para poder discernir que hacer ante los alimentos caducados: ¿Comerlos o no comerlos? Esa es la cuestión. Mucho tiempo se debe invertir en la educación nutricional (y sanitaria, en general) para convencer a la población a poner en práctica la medidas más sencillas imaginables, desde el lavado rutinario de manos a la lectura del etiquetado de un alimento. Más complicado es introducir cuestiones como la fecha de consumo preferente o la fecha de caducidad y es que las personas buscamos causa-efecto directo y no pensamos en términos de probabilidad. Se estima que el 18% de los europeos no conoce la diferencia entre fecha de caducidad y de consumo preferente.
La población asume fácilmente la noción de fecha de consumo preferente cuando hablamos de las alteraciones a los sentidos (sabor, textura, olor) que puedan ocurrir en un alimento (enranciamiento de grasas en frutos secos, perdida de la característica crujiente de algunas galletas, etc.) que no dañan al organismo y que la mayoría hemos experimentado en algún momento. Pero cuando nos referimos a los productos que consumidos una vez pasada la fecha de caducidad pueden perjudicarnos, somos capaces de sacar pecho y manifestar que lo hemos probado y no nos ha pasado nada.
Sinceramente creo que comerse un
alimento caducado es
un riesgo, una lotería o una ruleta rusa, que para el caso es lo mismo,
porque a partir de esa fatídica fecha pueden proliferar en el alimento
aquellos agentes infecciosos que en el momento del envasado estaban en
concentraciones inferiores a la dosis mínima permisible. La
probabilidad de que ocurran problemas es variable. Prácticamente ninguna
para el
jamón curado, la miel y el vino. Los alimentos
ácidos como los yogures tienen menos posibilidades de ser invadidos por
microorganismos patógenos que los alimentos con mayor contenido
en agua que son mucho más sensibles.
Independientemente
de otras motivaciones previas en la euro-cámara, la desazón me surgió
cuando en enero de 2013, el señor Arias Cañete, ministro de la
alimentación, manifestó públicamente
que comía los yogures independientemente de la fecha de caducidad de su
envase, justificándose en sus desvelos por evitar los desperdicios
alimentarios. Echó por tierra el trabajo de mucha gente que nos habíamos
preocupado de educar en la prudente frase de "alimento caducado no debe
consumirse" i poder pasar a hablar de planificación alimentaria en
el hogar.
Una norma de calidad del yogur
ya no obliga a los fabricantes a que señalen en sus etiquetas una fecha
de caducidad, sino simplemente una de consumo preferente, aunque la
industria de momento dice va a mantenerla (¿en 35 dias?) porque
considera que esa fecha es un indicativo claro de hasta cuándo es
totalmente seguro consumir el producto.
Cabe recordar que situándose en el límite, Grecia ha legalizado (en 2013) la posibilidad de comprar (consumir) alimentos caducados a un precio más barato. Ante tanta disonancia no me extraña que de vez en cuando veamos noticias como esta: "El Ayuntamiento de Jaen cierra una tienda con alimentos caducados de 2001" siendo este trasnochado titular de junio de 2014. Fuera de graves excepciones, según un estudio publicado en marzo 2014 de CEACCU se pone de manifiesto que:
En fin, otro fuerte golpe a la credibilidad de los mensajes educativos alimentarios a la población. ¿En que estudios se basan esas recomendaciones? ¿Se han molestado en evaluar el impacto en credibilidad que suponen? ¿Se han planteado que el objetivo más que lanzar mensajes disonantes y desandar el camino educativo realizado, debería pasar por la modificación de esa fecha límite? Y si en el consumo de un producto caducado alguien enferma o tiene algún problema de salud quien será el responsable ¿la empresa alimentaria, el consumidor o la asociación que ha lanzado el mensaje.
Yo prefiero, de momento, planificarme bien para no consumir alimentos caducados. ¡Seamos prudentes, por favor!
Cabe recordar que situándose en el límite, Grecia ha legalizado (en 2013) la posibilidad de comprar (consumir) alimentos caducados a un precio más barato. Ante tanta disonancia no me extraña que de vez en cuando veamos noticias como esta: "El Ayuntamiento de Jaen cierra una tienda con alimentos caducados de 2001" siendo este trasnochado titular de junio de 2014. Fuera de graves excepciones, según un estudio publicado en marzo 2014 de CEACCU se pone de manifiesto que:
- prácticamente todos los consumidores (92%) consultan la fecha marcada en los alimentos, si bien existen dificultades a la hora de distinguir entre fecha de caducidad y de consumo preferente. Al ser preguntados por el significado de la fecha de caducidad, un 39% no señaló la respuesta “deja de ser seguro, no debemos consumirlo”.
- los encuestados consideran que mensajes como “no pasa nada por tomar un alimento pasado de fecha” “pueden llevar a confundir” y que “existe el riesgo de que se consuman por error alimentos caducados”.
- "uno de cada tres consumidores dice usar “si no han pasado muchos días” los alimentos que han sobrepasado la fecha de caducidad.
En fin, otro fuerte golpe a la credibilidad de los mensajes educativos alimentarios a la población. ¿En que estudios se basan esas recomendaciones? ¿Se han molestado en evaluar el impacto en credibilidad que suponen? ¿Se han planteado que el objetivo más que lanzar mensajes disonantes y desandar el camino educativo realizado, debería pasar por la modificación de esa fecha límite? Y si en el consumo de un producto caducado alguien enferma o tiene algún problema de salud quien será el responsable ¿la empresa alimentaria, el consumidor o la asociación que ha lanzado el mensaje.
Yo prefiero, de momento, planificarme bien para no consumir alimentos caducados. ¡Seamos prudentes, por favor!
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